—Ya que insistes tanto, no puedo decir no —dijo Kiba con un suave suspiro—. Descuida, permitiré que tu esposa me complazca en tu cama matrimonial mañana.
Kiba sonaba benevolente e indulgente, casi como si aceptara algo que no quería.
Si no fuera por la difícil situación en la que se encontraba el Rey de la Llama, este habría escupido sangre de ira ante esa actitud benevolente. Ahora tenía poca sangre que desperdiciar y no podía permitirse estar enojado.
—Gracias, señor —dijo el Rey de la Llama—. Mi esposa estará feliz.
—Ciertamente —Kiba estuvo de acuerdo—. Y estoy seguro de que lo mismo aplica para ti.
—C-claro... ¡Estaría encantado!
El Rey de la Llama estaba que echaba chispas por dentro, pero no lo dejaba ver. Dejaría que el enemigo creyera que había ganado.
¡Pero en realidad, la cogida nunca ocurriría!
En el Laberinto del Infinito, no tuvo más remedio que acceder a los caprichos de Kiba. Pero en la Tierra, no tendría tal obligación ni miedo.