Con las alas aleteando, Kiba voló rápidamente a través del cielo.
Para aquellos en el suelo, era del tamaño de un punto pero tan brillante como el sol, el resplandor que irradiaba actuando como una bendición.
Innumerables ciudadanos de cientos de ciudades se beneficiaron de este resplandor, que no era otra cosa que la Presencia Divina de Dios.
Ksitigarbha –o para ser precisos su alma– estaba atónito. Podía sentir los cambios que la Forma Santa de Kiba estaba creando.
La evolución toma tiempo, la oportunidad adecuada, y muchos recursos. Ahora, se logró con la mera presencia de un Alfa.
¡Era algo imposible!
—¿¡Cómo es posible tal cosa!? —Ksitigarbha no pudo evitar preguntar.
Kiba abrió su mano izquierda y miró al alma que apenas medía cinco centímetros de altura.
—Eres un alma completa así que supongo que no es sorprendente que puedas actuar como un ser vivo y hacer preguntas.
Toda alma tiene dos aspectos: mortal e inmortal.