Bajo el cielo nocturno, Kiba volaba a través de las nubes, rodeado por una barrera de energía invisible. Él era lo suficientemente fuerte como para resistir la presión del aire, así que la barrera no era para él, sino para la pequeña vida en sus brazos.
Esperanza.
A medida que volaban más lejos, rascacielos entraban en vista, sus cimas perforando las capas de niebla. La vista era imponente, aún más a esta altitud.
Pero para Esperanza, los rascacielos hacían que sus adorables ojos brillaran con curiosidad. Ella extendía sus pequeñitos brazos hacia ellos, queriendo saber qué eran.
Kiba sonrió.
Estableció un vínculo telepático con ella y sin el uso de palabras ni lenguaje, le explicó sobre los rascacielos.
Su pequeña cara se volvió seria como si estuviera contemplando y luego, rompió en suaves risitas. Incluso antes de que sus risitas terminaran por sí solas, su boca soltó un bostezo.
—Pequeña dama, te estás cansando —dijo Kiba felizmente—. Exploraremos más en el futuro.