Tigre Rojo notó que su salvador había cambiado. Siempre estaba con el recién nacido, concentrándose únicamente en él.
Cuando él presentó a ella y a los cachorros con Esperanza, sus ojos estaban llenos de amor. Algo que Kiba veía en los ojos de Tigre Rojo también siempre que ella miraba a los cachorros.
—Esto debe ser por lo que ella estaba dispuesta a sacrificarse en aquel entonces. —Kiba pensó con una sonrisa.
Luego pensó en la mujer de los barrios bajos a la que ayudó hace muchos meses, después de la fiesta en la Corporación Ángel Blanco. Ella era una madre que pasaba hambre para mantener a sus niños alimentados con la poca comida que ganaba.
Kiba se dio cuenta de que en los ojos de un padre, no hay espacio para nada ni nadie más que para el hijo. Ni siquiera para los sueños, deseos y necesidades.
Era algo que obviamente sabía por su experiencia con la gente pero no comprendió hasta que se convirtió en padre él mismo.