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En el laboratorio de exámenes, Ashlyn continuaba tosiendo sangre y pedazos de caramelos. El anciano examinador le dio palmaditas en la espalda y la ayudó a ponerse de pie. Luego, limpió la sangre de su boca con un pañuelo.
Mientras limpiaba su boca, vio el miedo y la confusión en su rostro.
—Lo siento —murmuró las mismas palabras otra vez.
Ashlyn no podía entender por qué se estaba disculpando. Fueron sus padres quienes la abofetearon, no él.
Miró a sus padres. Tenían la misma expresión que antes de abofetearla... Expresiones demasiado complejas para que una niña de tres años las comprendiera.
Odio y rabia.
El anciano examinador dio un paso adelante y dijo:
—Los seres vivos no tienen voz en su nacimiento. No deciden cómo nacen, en qué raza, con qué características... Esta niña es igual. No eligió ser una Maldita. No la odien por algo de lo que no tiene la culpa.