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En el comedor, Waldo estaba cabreado por las generosas propinas de Kiba y Ashlyn, seguidas por palabras sobre la generosidad. Era viejo y de piel gruesa, pero hasta él se sintió avergonzado por los ojos de cachorro de Isabelle.
—¿Cómo se supone que coma bajo la mirada de una adolescente tan adorable?
—¡Maldición! ¡Ser tan lindo debería ser un crimen!
Waldo esbozó una sonrisa amarga. Sacó una tarjeta de dinero de su bolsillo trasero. La tarjeta valía $1000. Comparado con las propinas ofrecidas por Kiba y Ashlyn, su propina era demasiado baja y no merecía ser mencionada. Pero esa suma era lo máximo que estaba dispuesto a ofrecer.
—Ojalá ella esté contenta.
Waldo rezó por dentro mientras le entregaba la tarjeta a Isabelle. Ella sonreía, pero él podía ver que parecía forzado. Cuando expresó su gratitud, pudo sentir que no era tan sincera como cuando agradeció a Kiba y Ashlyn.