—¡Malditos extranjeros! —La mujer deseaba poder usar su arco y matarlos aquí mismo—. ¡Siempre son irrespetuosos y arrogantes!
Un hombre de mediana edad apareció a su lado y le dio una palmada en el hombro.
—Zelda —el hombre de mediana edad la llamó—, tenemos que ofrecerles la debida hospitalidad. Recuerda, ninguna acción provocativa que pueda escalar a batalla.
Zelda apretó los dientes pero asintió.
—¿Hasta cuándo podrá nuestra aldea permitirse alojar a huéspedes cada año? —preguntó Zelda.
El hombre de mediana edad suspiró antes de decir:
—No tengo idea. Solo hacemos lo que podemos para sobrevivir.
Zelda no comentó. Devolvió su vista a los extranjeros. Algunas personas de la aldea los invitaban a entrar.
Los extranjeros entraron felizmente y disfrutaron de las bebidas ofrecidas por los aldeanos. Era como si estuvieran seguros de que los aldeanos no les drogarían o envenenarían.