El lago era seductor, desde sus hipnotizantes ondas hasta su cristalina claridad. No estaría mal decir que el lago era una maravillosa maravilla de la naturaleza.
En la orilla, una chica menuda estaba de pie, sus ojos en el lago. Tenía unos dieciocho años, con piel pálida y largos cabellos negros cayendo como una cascada.
Sus rasgos faciales eran llamativos, especialmente sus ojos azul brumoso que brillaban de su joven inocencia.
—Señorita Sofía —una mujer de treinta y tantos años llamó desde atrás—. Los guardias han barricado el entorno. No hay nadie salvo nosotros aquí sin ningún tipo de vigilancia.
—Puedes irte entonces —dijo Sofía, su voz dulce como la de un ruiseñor.
—Sí, mi señora —la mujer colocó una toalla y una bata sobre una alfombra. Luego hizo una reverencia profunda y abandonó la orilla.
Sofía se quitó lentamente el vestido, exponiendo sus pechos firmes hasta su apretado y pequeño trasero. No había ni una onza de grasa extra en su cuerpo.