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Chapter 35 - Movilización de las sombras

La luz del amanecer se filtraba a través de las ventanas de la base de la Legión, iluminando el lugar donde se reunían los comandantes y los miembros principales del equipo. Mientras se preparaban para la batalla, la historia de los comandantes de las fuerzas armadas comenzó a surgir en las conversaciones.

A diferencia de Rayber y su equipo, los comandantes no tenían poderes sobrenaturales. Cada uno de ellos había sido sometido a un experimento desde niños, diseñado para transformarlos en superhumanos. Este experimento, conocido como el Proyecto Renacimiento, había sido desarrollado para crear soldados con habilidades físicas y mentales excepcionales.

Arlan, Elara y los otros comandantes habían pasado por un entrenamiento riguroso y doloroso que los había llevado al límite de sus capacidades. Sus cuerpos eran más fuertes, más rápidos y más resistentes que los de cualquier ser humano promedio. Sin embargo, el único que se había negado a someterse a estos experimentos era Ravanok.

Ravanok, un hombre de impresionante estatura y fuerza, había rechazado los experimentos del Proyecto Renacimiento, prefiriendo confiar en su propia fuerza natural y en su entrenamiento personal. A pesar de ser un humano normal, su poder físico era comparable al de Junior, quien había recibido la bendición de Joe. La determinación y la fuerza de voluntad de Ravanok lo habían convertido en una leyenda entre sus compañeros.

En la sala de reuniones, Rayber, Axel, Junior, Moreno, Sara, Kellah y Frank observaban a los comandantes con una mezcla de respeto y curiosidad. Ninguno de ellos sabía quién era Orin, y la figura que había aparecido en la habitación de los comandantes era un misterio para todos.

La atmósfera en la base de la Legión era de tensión y expectativa. El enigmático Orin, aún encerrado y bajo vigilancia, había suscitado desconfianza entre los comandantes. El Capitán Ravanok, conocido por su temeridad y falta de respeto por las jerarquías, se dirigió al despacho de Rayber.

Sin perder tiempo, golpeó la puerta y entró sin esperar respuesta. "Rayber, tenemos que hablar sobre ese tal Orin," dijo con una mezcla de desdén y determinación.

Rayber, sentado tras su escritorio, levantó la vista y, con una mirada gélida, observó a Ravanok. La tensión en el aire era palpable. A pesar de la fuerza de Ravanok, la presencia de Rayber era abrumadora, una combinación de poder y autoridad que hizo que incluso Ravanok sintiera un escalofrío recorrer su espalda.

Rayber se levantó lentamente. "¿Qué sugieres, Ravanok?" preguntó con voz controlada, aunque cargada de una amenaza velada.

"Si ese Orin quiere que le creamos, debe aceptar ser llevado a una celda bajo estricta vigilancia. No podemos arriesgarnos. Si no lo acepta, yo mismo me encargaré de deformarlo más de lo que ya está," respondió Ravanok, intentando recuperar su compostura.

Rayber asintió, comprendiendo la necesidad de seguridad. "De acuerdo. Llévalo a la celda. Yo mismo me encargaré del interrogatorio."

Momentos después, Rayber se dirigió a la celda donde Orin estaba retenido. Los comandantes observaban desde una distancia segura, sin poder ocultar su inquietud. La figura de Orin, deformada y misteriosa, estaba sentada en un rincón oscuro.

Rayber se acercó, su presencia imponente llenando el pequeño espacio. "Orin," comenzó con voz firme, "quiero respuestas. ¿Quién eres y qué haces aquí?"

Orin levantó la mirada, sus ojos llenos de una mezcla de miedo y desafío. "Soy… alguien que quiere ayudar," respondió, aunque sus palabras carecían de convicción.

Rayber se inclinó hacia él, su mirada penetrante. "No me tomes por tonto. Tienes hasta el amanecer para decirme todo lo que sabes. Si no, te haré sufrir de maneras que no puedes imaginar."

El silencio que siguió a la amenaza de Rayber fue abrumador. Orin, sintiendo la gravedad de la situación, asintió lentamente. "Está bien. Te diré lo que quieras saber, pero necesito garantías de que estaré a salvo."

Rayber se enderezó y miró a los comandantes, que seguían observando. "Vigílenlo de cerca. Cualquier intento de traición, y será el último error que cometa," dijo, su voz resonando con autoridad.

Mientras Rayber salía de la celda, la tensión en el aire parecía haberse intensificado. La Legión sabía que cada acción, cada decisión, los acercaba más a la Gran Guerra que se avecinaba. Con Rayber al mando, y la misteriosa figura de Orin ahora bajo su control, el destino de la Tierra y el mundo de los no muertos colgaba de un delicado equilibrio.

La celda se quedó en silencio cuando los comandantes salieron, dejando a Rayber solo con Orin. La tenue luz del cuarto resaltaba las sombras en las paredes, creando un ambiente cargado de tensión y misterio. Rayber observó al prisionero con atención, esperando una reacción.

De repente, Orin levantó la cabeza y una sonrisa malévola se dibujó en su rostro, una sonrisa que Rayber reconoció al instante. "¿Recuerdas esta sonrisa?" preguntó Orin con una voz fría y desafiante.

Rayber no mostró miedo. "Claro que sí, Carlos," respondió con una calma inquietante.

El rostro de Orin se contorsionó en una mueca de ira. "¡No me llames así!" gritó, mientras rompía sus esposas con una fuerza inhumana. Se levantó de un salto y se acercó al vidrio que los separaba, su figura deformada y monstruosa llenando el espacio con una presencia aterradora.

"Te acuerdas de mí, Rayber," dijo Orin, sus ojos brillando con una furia contenida. "Soy el espía que también tiene motivos para asesinarte a ti y a toda la Legión."

Rayber se mantuvo imperturbable, su mirada fija en Orin. "Somos iguales, Carlos," dijo en voz baja pero firme. "Solo nos diferencia para quién trabajamos. Yo trabajo para mí mismo y para salvar al mundo. Tú, en cambio, trabajas para alguien que te va a usar y luego te matará. Recuerda eso."

Orin golpeó el vidrio con sus puños, haciendo temblar la estructura. "¡Suerte que no estás de este lado, Rayber! ¡O te destrozaría ahora mismo!"

Rayber sonrió levemente, una sonrisa cargada de desafío y superioridad. "Lo que no entiendes, Carlos, es que no importa de qué lado estemos. Siempre serás una marioneta, y yo… yo seré libre."

Con esa última palabra, Rayber se dio la vuelta y salió de la sala, cerrando todas las compuertas detrás de él. El sonido del metal cerrándose resonó en los pasillos, un eco que parecía sellar el destino de Orin. La celda quedó sumida en una oscuridad opresiva, mientras la figura de Orin, ahora transformada en una mezcla de furia y desesperación, se movía inquieta dentro de su confinamiento.

El ambiente en la base de la Legión se volvió aún más tenso, con la amenaza de Orin pendiendo sobre ellos como una sombra siniestra. La intriga y el misterio rodeaban a cada miembro, sabiendo que un enemigo oculto entre ellos podría ser la clave para su salvación o su destrucción.

En el mundo de los no muertos, la atmósfera era de constante desasosiego. Manuel, ahora completamente transformado en una figura aterradora, caminaba por los pasillos oscuros del cuartel general, su presencia imponente generando un temor palpable entre los demás no-muertos.

Orin, también conocido como Carlos, estaba de pie frente a un espejo encantado, comunicándose con Manuel desde la celda en la Tierra. "No he visto rastro de Joe," informó Carlos con una voz áspera. "Pero hay una amenaza peor. Rayber."

Manuel, al escuchar el nombre, frunció el ceño y asintió. "Rayber," repitió, saboreando el nombre como si fuera un reto. "Vamos a movilizarnos."

Carlos vaciló un momento antes de preguntar, "¿Puedes sacarme de aquí?"

Manuel lo miró con una mezcla de consideración y desprecio. "Tal vez," dijo lentamente. "Pero tendrás que salir cuando la guerra explote, porque si no, serás un hombre muerto."

Con esas palabras finales, Manuel comenzó a trazar símbolos arcanos en el aire, abriendo portales hacia la Tierra. El aire alrededor de él chisporroteaba con energía oscura, y un viento helado barría la sala.

Los portales se abrieron con un estallido de energía, revelando escenas de caos y destrucción en la Tierra. Manuel levantó la mano, y con una voz que resonaba con autoridad y malevolencia, dijo: "Que comience la invasión. Que la sangre de los vivos llene nuestros cálices."