—Señor Davenport, ¿usted... le interesan las viudas?
Beckett Carmichael, quien acababa de destrozar la tienda, estaba de muy buen humor. Su cara estaba cubierta de polvo, pero eso no le importaba en absoluto y en su lugar, se acercaba a Julio Reed con una sonrisa pícara y le preguntó.
—No.
Julio Reed negó con la cabeza y dijo:
—Después de todo, sabes, un hombre tan sobresaliente como yo gustará a innumerables personas dondequiera que vaya.
—¡Impresionante!
Beckett Carmichael se quedó atónito por un segundo y luego levantó el pulgar aprobando.
—Pero alguien como tú definitivamente no puede entender mis problemas.
Julio Reed miró a Beckett Carmichael con expresión de 'no entiendes'.
—¡De verdad que sí! No es de broma, yo también había puesto mis ojos en esa viuda antes, pero ni siquiera me miró. Ah, no hablemos de eso, viejo Carmichael, ¡me rompe el corazón!
Beckett Carmichael dijo con mucho pesar, como si hubieran pasado años y aún no pudiera superarlo.