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Ari no quería ver a Ariel haciendo ojitos a Noah mientras se aferraba a él sin esperanzas. Cada vez que veía a Ariel obtener reacciones de Noah, algo que ella no pudo lograr en tres años, Ari saboreaba la amargura.
Su corazón estaba lleno de emociones vacías.
Y sus pensamientos apestaban a lágrimas, palabras no dichas, sangre y la promesa de una muerte aterradora.
No sabía de quién, pero así era.
A pesar de tener una personalidad más amable que la mayoría, Ari temía tener la voluntad de hacerle daño a alguien. Para ella, la ira no era solo una emoción, era un monstruo. Uno que tomaba el control y devoraba todo lo demás. Hasta que sólo quedaban sangre y huesos mutilados.
Sus pensamientos eran crueles, a diferencia de sus acciones y sonrisas.
Se había estado aferrando sin esperanzas a ese lado de su vida, con las yemas de los dedos rasgadas y las uñas quebradas. Ari temía soltar el lado que haría que otros la temieran y dejarles saber que ella era diferente a ellos.