—¿Hay algo que quieras decirle a mi idiota primo? —preguntó Aiden cuando miró a Ari, quien parecía desafiante.
—Sí.
—No —Ari ignoró el deseo de lanzar algunas palabras realmente coloridas a Aiden por dos razones. Primero, él no había hecho nada malo, y su enojo ni siquiera estaba dirigido hacia él y, segundo, porque no estaba en posición de perder la calma con Nicolai.
—¿Y de quién es la culpa, genio? —La voz en su cabeza habló con una leve risita y Ari hizo oídos sordos a su burla.
—No es nada —respondió ella a Aiden, quien parecía confundido pero no dijo nada, ya que él no era el tipo de chico que le gustaba meter la nariz en los asuntos de nadie.
Ari terminó de firmar el formulario de alta y luego recogió su pequeña bolsa. Giró sobre sus talones y estaba a punto de salir del hospital cuando una mano se extendió y le quitó la bolsa.