—Bienvenido a casa, cariño —la señora Dickinson la recibió con una brillante sonrisa en sus labios. Estaba secándose las manos en un paño de cocina mientras Samuel le entregaba su mochila escolar a la criada, quien la tomó sin decir una palabra.
—¿Qué pasa, mamá? —un joven Samuel le preguntó a su madre, quien para variar estaba en casa en lugar de estar en una pequeña reunión con sus amigas, lo que hacía casi todos los días.
Su madre le sonrió radiante, inclinándose para besar a Samuel en las mejillas. —Una cosa realmente buena, hijito. Sabrás que tu papá finalmente ha encontrado la manera de asegurar a nuestra familia y evitar que nos declaremos en bancarrota.
Los ojos de Samuel se iluminaron al escuchar las palabras de su madre. Le preguntó a la señora Dickinson, —¿Estás segura, mamá? Era un gran préstamo el que papá tomó, ¿hay alguien dispuesto a pagarlo por nosotros? ¿Es en serio?