—¡Ay! —Penélope jadeó de dolor tan pronto como su trasero hizo contacto con el duro suelo debajo de sus pies.
Instintivamente, Penélope había estirado sus manos para soportar su cuerpo. Sus manos rasparon el suelo lleno de grava y su delicada piel se tornó roja antes de desgarrarse.
La sangre brotó de los pequeños rasguños, pero estas pequeñas heridas fueron suficientes para hacer que Penélope derramara algunas lágrimas.
Porque más que sus manos, le dolía aún más el corazón. Nicolai podría haberla ayudado justo ahora, pero no lo hizo, sino que la observó caer.
La mirada en sus ojos era tan fría que aterrorizaba a Penélope y al mismo tiempo, la enfurecía.
¿Por qué la estaba tratando así por una mujer que no significa nada? ¿Quién ni siquiera podía ayudarlo en las maneras que él necesitaba?