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—No sabemos... pero —dijo el hombre mientras la sangre le goteaba por la sien y le caía en la boca, haciéndole gorgoteo— quería escupir la sangre que se le había metido en la boca, pero no podía, ya que le dolía demasiado.
—Eduardo —Noah se giró a mirar al hombre que estaba a su lado, quien asintió y luego caminó hacia el hombre sangrante—. Luego se agachó y comenzó a buscar en los bolsillos del hombre hasta encontrar lo que estaba buscando.
Eduardo se enderezó y llevó el teléfono del delincuente a Noah, quien lo cogió con cuidado ya que no le gustaba tocar las pertenencias de otros. Con unos pocos toques, Noah desbloqueó el teléfono y fue directamente a la app donde los mensajes de texto estaban guardados. Sus dedos se deslizaron sobre la pantalla antes de detenerse en un número familiar. Noah entrecerró los ojos y leyó los mensajes uno por uno:
«Asegúrate de que esa perra sea tratada correctamente. Quiero que su cara quede completamente arruinada».