—¡Maldita sea, qué hijo de puta se atrevió a llamarme? —Nicolai manoteó sobre la cama mientras enterraba su cabeza en la almohada. Su palma golpeó contra su teléfono, el cual había lanzado al lado después de volver a su casa y saltar en su cama.
Lo acercó y miró el nombre que parpadeaba en la pantalla, y en el segundo en que lo hizo —toda la somnolencia en sus ojos desapareció.
—¡Pallas! ¿Qué dulce sorpresa? —exclamó en cuanto contestó la llamada.
—Es de hecho una sorpresa, Señor de Luca —contestó Ariana mientras miraba el ramo de jazmines—. Si era una buena o una mala, Ariana aún tenía que decidirlo. —¿Puede decirme por qué me envió un ramo?
Nicolai acercó su pierna y colocó su codo sobre la rodilla. —Sí. ¿Te gustó?
Un ceño fruncido se asentó entre las cejas de Ariana mientras se volvía a mirar el ramo. Bueno, no había nada desagradable en él.