—Me encanta cuando hablas sucio conmigo, Pallas.
—Señor De Luca, ¡por favor cuide lo que dice! —Ariana le gruñó a él, sí, le gruñó bien hecho. Y a él le encantaba jodidamente. Adoraba el hecho de que la mujer hubiera perdido el control de su temperamento y por primera vez saliera de su caparazón.
Ella era la verdadera Ariana Harlow y no la cáscara de mujer que se presentaba como delante de los demás.
Idiotas como Noah Nelson creían que Ariana Harlow era una mujer cuya prístina reputación y elegante personalidad necesitaban permanecer inmaculadas. Que solo el color blanco le quedaría mejor, ya que era una mujer envuelta en inocencia y orgullo.
Pero Nicolai no lo creía del todo. Ariana no era una princesa del tipo damisela en apuros, era la clase de mujer que le sacaría el ojo a alguien de la cuenca si la situación lo requería.
Ariana no era ni blanca ni negra. Era gris. Había bondad en cada acción suya, pero también había una sutileza despiadada que ocultaba de los demás.