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—¡Para! ¡Para! ¡Dije que pares, maldito idiota! Si sigues conduciendo así, ¡vamos a morir! —gritó Ari, su corazón lleno de miedo mientras miraba el muro del mar que se acercaba cada vez más. Ari no tenía idea de qué estaba pasando en la cabeza de Noah, sin embargo, mientras miraba las rocas en forma de tetrapodo acercándose, sabía que este hombre había perdido la maldita cabeza.
Soltó su agarre del borde de su asiento y extendió la mano para girar el volante. Si él no iba a parar, entonces ella lo haría parar.
Sin embargo, Ari pronto se dio cuenta de que Noah sostenía el volante con un agarre mortal, no podía girarlo.
—Tú... ¿quieres morir? ¡Incluso si tú quieres morir! ¿Por qué quieres que yo sea enterrada contigo? ¡Busca a Ariel! —fulminó Ari con la mirada.
—¿Es suficiente? —le preguntó Noah con voz fría. Se giró y cuestionó:
— ¿Estás contenta ahora?