Volutas de polvo y ceniza aún flotaban en el ambiente de la destrozada Ciudad Coral, mientras un silencio sepulcral llenaban las arrasadas calles y los devastados edificios en ruinas. Trajana frunció el ceño, mientras avanzaba entre los cuerpos resecos cubiertos por servo-armaduras y que yacían tirados como si fueran juguetes rotos en las calles. El Señor de la Guerra Horus Lupercal había hecho su jugada de traición en Istvaan, purgando a los Leales a Terra de cuatro Legiones de Astartes, pero no le había salido sus planes como esperaba. En vez de resignarse a morir sin más, habían presentado batalla y aguantado durante semanas en inferioridad numérica, de apoyo y de equipo, retrasando los planes de Horus y enfureciéndolo, obligándolo a malgastar recursos y tropas. Trajana podía oler aún en el aire las trazas de carga viral de la cepa del virus Devorador de Vida, mezclado con el hedor a pólvora y matanza indiscriminada, mientras los sentidos automáticos de su casco marcaban posibles blancos en su cauteloso avance. Malal la había enviado aquel osario con una misión, encontrar a los posibles supervivientes de aquel holocausto y reclutarlos para su causa, pero hasta ahora solo había encontrado cadáveres y ruinas cubiertas de polvo. Sentía como los pelos de su nuca se erizaban, según se internaba más y más en aquella ciudad muerta, pues notaba como estaba siendo observaba y estudiada.
Cuatro figuras acorazadas se alzaron entre los cascotes que rodeaban a Trajana, sus servo-armaduras estaban machacas y cubiertas de polvo, pareciendo más espectros vengativos que seres vivos. Los emblemas de cuatro Legiones eran aún visibles en sus hombreras izquierdas, pese al desgaste y daños del combate. Trajana bajó su Bólter y lo fijó magnéticamente en su pernera izquierda, su mano derecha bajó y acarició de forma tranquila la cabeza del hacha del Pánico, que colgaba de su cinturón, mientras observaba a los cuatro guerreros Astartes que avanzaban apuntándola con sus armas. Los selectores de objetivos integrados en las lentes de su casco, la marcaron otros doce Astartes ocultos entre las ruinas listos para derribarla ante cualquier señal de hostilidad, pero hizo caso omiso de ellos y se centró en los cuatro que tenía ante ella. Lideraba la marcha un Hijo de Horus con su armadura color verde mar apagado por las capas de polvo y ceniza, sus ojos azules la estudiaban con detenimiento y su rostro patricio parecía impasiblemente serio. Estaba flanqueado por un Hijo del Emperador a su derecha, que portaba una armadura que dejaba ver grabados y joyas rotas engastadas, como si fuera un viejo templo saqueado hace siglos, su rostro era bello y estaba enmarcado por un largo pelo rubio. Flanqueando la izquierda estaba un brutal Devorador de Mundos, su armadura blanca estaba manchada de sangre seca y las marcas de bajas grabadas con un cuchillo de combate eran visibles en sus hombreras, sus manos sujetaban una enorme hacha sierra y su rostro feroz se crispaba por los implantes neuronales de su pelado cráneo, que colgaban de su nuca como grotescas rastras. Cerrando la marcha, avanzaba con paso lento un enorme Legionario de la Guardia de la Muerte, su armadura estaba más dañada y parcheada que la del resto de sus compañeros, dejando ver grandes zonas metálicas dónde la pintura se había desconchado, su oscuro rostro era casi tan negro como la noche sin estrellas y chupado, cómo si fuera un hombre que hubiera sufrido una gran hambruna, sujetaba un enorme Bólter pesado como si fuera un simple rifle de caza y sobresalía con su altura del resto del grupo. Trajana los vio detenerse y el Hijo de Horus se adelantó un par de pasos, haciendo el saludo del Aquila Imperial con rapidez sobre su pecho antes de dirigirse a ella.
-Yo soy Dorak, antiguo sargento de los Hijos de Horus -las palabras del Astarte sonaron cansadas y con un cierto tono de amargura. -Los colores de tu armadura no coinciden con ninguna de las Legiones. ¿Quién eres? ¿Y qué haces en este mundo olvidado?
-Es cierto, no pertenezco a ninguna de las Legiones -Trajana lo dijo con tranquilidad, quitándose el casco y dejando a la vista su pálido rostro. Su pelo gris cayó cómo una cascada sobre su armadura, su rostro pálido perfecto parecía de porcelana y una sonrisa feroz apareció en sus labios pintados de negro, mientras estudiaba con sus oscuros ojos a aquellos Astartes. -He sido transformada por mi señor en una Astarte, mi misión es reunir a todos los perdidos y olvidados como vosotros.
-¿Esto es una broma? -gritó el Devorador de Mundos, aferrando con fuerza el mango de su enorme hacha y apretando los dientes. -No hay Astartes mujeres y ni siquiera has dicho quien te envía.
-Aunque Kortal es tosco... tiene cierta razón -asintió el Hijo del Emperador, sonriendo con su bello rostro manchado de polvo y sujetando su Bólter de manera indolente. -Puedes venir de parte de Horus, para matarnos o del Emperador, para llevarnos presos para interrogarnos.
-No creo que tengáis razón, Lenial -dijo escuetamente el Guardia de la Muerte, permaneciendo impasible como una gigantesca estatua. -Si fuera una enemiga, ya nos habría atacado.
-Gracias Vartus y a los demás, pero yo soy el que decido -cortó de raíz la discusión Dorak y aguantó la mirada de Trajana con férrea determinación. -Di quién eres y que nos ofreces, dilo rápido nuestra paciencia es limitada.
-Yo soy Trajana, la primera de los Renacidos -se presentó Trajana con un tono frío y duro, a la vez que se golpeaba el pecho con su puño derecho en forma de saludo. -Os ofrezco salir de esta polvorienta roca y vengaros, se os dará recursos, equipo y dones que otros no llegan a entender. Esa es mi oferta, la posibilidad de devolver el golpe a quién os traicionó y contra quién os olvidó en esta roca.
Antes de que Dorak pudiera responder, el sonido de un millar de pies arrastrándose resonó entre las ruinas, mezclándose con gemidos de dolor y risas grotescas. Dorak maldijo y ordenó al resto de sus Astartes reunirse con ellos, mientras centenares de humanos vestidos con ropas raídas y sucias avanzaban por las ruinas como si fueran un ejército de mendigos. Doce Astartes de armaduras machacadas se reunieron con Trajana y el grupo de Dorak, mientras alzaban sus Bólters hacia las enormes masas de humanos que los estaban rodeando. Trajana los observó con más detalle, a simple vista parecían ciudadanos y soldados imperiales, pero al fijarse bien en ellos se podía ve la macabra realidad. Eran muertos andantes, su piel está cubierta de pústulas y ronchones grotescos, sus rostros deformados sonreían de forma macabra y sus atrofiadas manos sujetaban armas improvisadas, mientras los miraban con sus ojos velados por la muerte. Entre aquella masa de cuerpos, siete enormes figuras destacaban como islas de metal podrido sobre aquel mar de carne. Trajana los reconoció, por lo que una vez fueron, Astartes de la Legión de la Guardia de la Muerte y ahora guerreros consagrados a Nurgle. Dorak y el resto gruñó de asco y furia al verlos, pues su sola presencia hacía que los zombis de plaga se volvieran más activos y agresivos. Los siete Astartes vestían servo-armaduras podridas, herrumbrosas y rotas, que apenas podían contener sus hinchados y corruptos cuerpos. Fluidos fétidos y gusanos rezumaban de cara grieta y agujero de sus acorazadas formas, mientras sujetaban enormes guadañas de energía oxidadas y sonreían con sus rostros deformes y cubiertos de pústulas. El líder de ellos se movió entre la muchedumbre hasta quedarse lo suficientemente cerca del borde de la horda, abrió sus brazos como si fuera abrazar a un amigo largamente perdido y alzó su grotesca voz.
-¡Bienhallados hermanos míos! -gritó el podrido Guardia de la Muerte con voz ronca y gorgojeante, mientras sonría con su deforme cara de malsana alegría. -Soy Norax, el Bendecidor del Abuelo Nurgle y hoy es un gran día. Uniros a nuestra congregación y sentid el amoroso cariño del Abuelo.
-¡Silencio masa infecta! -respondió Trajana, pues notaba la magia psíquica en cada una de las palabras de Norax, intentando seducir y engañar a los confusos Astartes de Dorak, que miraban la escena ceñudos y sin saber qué hacer. -Estos guerreros no servirán a tu pútrido Dios, ya han sido elegidos por el verdadero señor de la Anarquía y la Venganza.
-Qué divertida y cuánto valor -se rio Norax señalándola con su guadaña y estudiándola con detalle. -Estás tocada por la Disformidad como yo y aun así niegas el amor del Abuelo, sirves a un ser roto y débil, como mis hermanos sirven al estúpido Emperador de Terra.
-Basta de cháchara inútil -gruñó Dorak saliendo del trance hipnótico de Norax, gracias a las palabras de Trajana y asiendo con fuerza su Bólter. -¡Formación de combate Omega! ¡Moveos hermanos!
Los Astartes obedecieron y alzaron sus Bólters con determinación, Norax se rio otra vez y dio la orden de avanzar a la horda de zombis de plaga. El fuego de Bólter resonó sin parar, los proyectiles segaban enemigos y reventaban cuerpos como si fueran ampollas de pus, aun así los zombis de plaga seguían avanzando sin ninguna cautela. Trajana sabía que no podían contener a la horda y serían superados, la única opción de sobrevivir era acabar con Norax y sus podridos Astartes para descabezar a aquella horda. Desenfundó su hacha del Pánico y se lanzó a la carga, sin mirar atrás para ver si Dorak y los suyos la seguían, abriéndose paso entre la masa de cuerpos, como una nadadora en un mar embravecido, matando y mutilando de forma cruel a los zombis. Norax observó la escena complacido ante aquel desafío y guío a sus hermanos, para enfrentarse a aquella extraña mujer bendecida por la Disformidad. El hacha del Pánico de Trajana chocó con la hoja de la guadaña de energía de Norax, intercambiando ataques y paradas, mientras la horda aullaba a su alrededor al ser destrozada por la carga de los Astartes. Norax reía desquiciado y con sus ojos iluminados por la locura, intentando partir en dos a su enemiga con su guadaña sin éxito. Una maldición tras otra salía de los labios de Trajana, cada golpe que paraba con su hacha hacía temblar su acorazado cuerpo y temía que el arma saliera despedida de sus manos. A su alrededor pudo ver cómo se habían dividido los guerreros de Dorak, para enfrentarse a los corruptos Astartes de plaga y hacer retroceder a la horda de zombis aullantes.
-No puedes ganar, niña -gruñó Norax contorsionando su fea cara por el esfuerzo y la ira de intentar vencer a Trajana. -Sirve al Abuelo Nurgle y no tendrás que preocuparte por el dolor o a la muerte.
-¿Dónde estaba Nurgle cuándo le necesitaba? -respondió Trajana con una pregunta sarcástica, mientras ambas armas chocaban sin parar haciendo saltar regueros de chispas. -En ningún lugar, solo Malal se fijó en mí y me dio la oportunidad de vengarme. ¡Muere saco de mierda hediondo!
Trajana desenfundó su Bólter con un rápido movimiento de su y disparó a bocajarro contra Norax. El Guardia de la Muerte retrocedió al recibir los impactos explosivos, que arrancaron trozos de armadura oxidada y carne podrida de su cuerpo, haciéndole perder el equilibrio e hincar una rodilla. Trajana soltó el Bólter descargado y saltó asiendo el hacha del Pánico con sus dos manos contra su enemigo arrodillado. Desesperado y aterrado, Norax alzó su guadaña para detener el ataque de aquella terrible hacha, que se cernía sobre su cabeza y sintiendo miedo por primera vez en siglos. Durante un segundo pareció que la hoja de energía de la guadaña aguantaría el ataque, pero el arma de Trajana estaba imbuida de la sed venganza y odio de todos los muertos traicionados en la Humillación de Russ y rompió la hoja de energía, descendiendo y partiendo en dos la cabeza se Norax como si fuera un melón podrido, clavándose con fuerza hasta el esternón. El cuerpo del Guardia de la Muerte tembló presa de violentas convulsiones, mientras el hacha de Trajana devoraba su alma y absorbía su poder hasta dejar un caparazón reseco, que cayó al suelo con un golpe seco. Los zombis de plaga gritaron de dolor y terror, atacándose entre ellos al perder la guía de Norax y destrozándose en una violenta orgía de salvaje combate cuerpo a cuerpo. Dorak con la ayuda de Kortal, Lenial y Vartus acabaron con el último de los seis corruptos escoltas de Norax, el resto de sus Astartes yacían muertos sobre montones de decenas de cadáveres en distintos estados de putrefacción. Trajana limpió la hoja de su hacha en los harapos de uno de los cadáveres, mientras observaba a los cuatro Astartes avanzar cojeando y vapuleados hasta ella, para luego saludarla golpeando con sus puños derechos sus corazas en señal de respeto.
-Dijiste que nos ofrecías salir de este cementerio y la posibilidad de venganza -recordó Dorak, mirando con una mezcla de odio y pena aquel campo de batalla en ruinas cubierto de cadáveres. -¿Qué tenemos que hacer para jurar servir a tu señor y a ti, Trajana?
-Si eso dije y mi señor Malal siempre cumple sus promesas a quien le sigue -Trajana extendió la parte plana hoja de su Hacha del Pánico, mirándolos con respecto y reverencia en sus oscuros ojos. -Jurad lealtad los cuatro en esta hoja, posad una mano y no la separéis pase lo que pase.
Los cuatro Astartes se miraron entre sí, llenos de confusión y curiosidad a partes iguales. Kortal fue el primero en posar su mano, luego Vartus y Lenial, finalmente Dorak puso la suya en la hoja que empezó a relumbrar con luz trémula. Cientos de zarcillos oscuros salieron de la hoja, reptando por los guanteletes de los Astartes y cubriéndolos por completo con una rapidez, que no les dio tiempo ni a gritar o maldecir. Los colores de las vapuleadas armaduras desaparecieron y fueron sustituidos por el color bronce bruñido, cada detalle y filigrana se oscureció de un negro tan oscuro como una noche sin estrellas. Las sombras se retiraron, dejando ver unos rostros pálidos y de pelo cenicientos, los ojos de los cuatro Astartes eran dos pozos de oscuridad llena de odio y sed de venganza, una risa cruel salió de sus gargantas al sentir el poder correr por sus venas y tener un nuevo propósito vengativo. Trajana apartó el arma y asintió complacida, había conseguido a sus primeros guerreros con los que empezar a llevar a cabo la venganza de Malal y la suya propia. Se giró sobre sí misma y abrió con el filo de su hacha un portal en la realidad, mostrando un desembarco masivo y Astartes en guerra. Sabía que el desastre se cernía sobre tres Legiones, el hedor a traición y muerte le llegó a Trajana a través del portal, aquel lugar era Istvaan V y allí reuniría a más guerreros rotos, traicionados y olvidados para Malal. Sonriendo cruzó el portal, dejando atrás ese mundo de cenizas y polvo, seguida por sus cuatro Astartes sintiendo la llamada de la batalla y la venganza, resonando en su interior en nombre de Malal.