Miel
Me subí al regazo de Enzo, conectando nuestros labios como si los necesitara para respirar. Él gimió en mi boca. Devoré su boca, ahogándome en su sabor. Mi dulce Enzo. Mis manos se cerraron en puños en su camisa.
Sus manos encontraron mis caderas mientras aplastaba mi núcleo desnudo sobre su polla endurecida. Sentí que me mojaba al sentirlo, jadeando en su boca. Mis senos comenzaron a sentirse pesados y mis pezones se hincharon, prácticamente pidiendo un toque.
"Eres tan sensible", gimió mientras movía mis caderas contra él, frotando mis pezones contra la tela de su camisa.
Quería sus manos en todas partes.
"Si no le tocas las tetas, lo haré yo", advirtió Roman desde donde estaba sentado. Largo y delgado, estirado contra la silla como un felino contento.