De repente, Edmond me apretó la cabeza. No tuve más remedio que pegarme a su hombro. Me besó suavemente el pelo y susurró: "Muy bien, Liana. Tómate la medicina cuando sea la hora y descansa bien. Te visitaré mañana".
Después de decir eso, me soltó. Sus ojos eran tan profundos que no podía ver el fondo. No quería que se fuera. Por alguna razón, sólo quería que se quedara conmigo.
Recorrí con la mano sus labios hasta su nuez de Adán y luego bajé por ella hasta la clavícula y los músculos del pecho. Tenía muchas ganas de extender mis garras de lobo y clavárselas desde esta posición. Así no tendría que preocuparme más.
Sonreí y me lamí el labio superior. Me pregunté: "¿Sabrá bien su sangre?".
Edmond me agarró la mano mientras seguía bajando y frunció el ceño. "Liana, ¿qué estás pensando?"
¿Me leyó el pensamiento? Le eché los brazos al cuello y le sonreí obsequiosamente. "Te echo de menos y quiero que te quedes conmigo".