En cuanto Irene se dio la vuelta, Edmond se abalanzó sobre mí. Me apretó contra el asiento del coche y me besó. Esta posición hizo que su beso fuera más profundo que nunca. Sentí que apenas podía respirar.
Quería resistirme porque el beso de Edmond me había entumecido la lengua, casi hasta el punto de dejarme inconsciente, pero temía que Irene oyera el alboroto en el coche y se inclinara para comprobarlo. Ya estaba a menos de metro y medio del coche.
No había ningún otro paisaje fuera de la ventanilla del coche, sólo el color rosa de Irene.
Casi tenía miedo de respirar por temor a atraer la atención de Irene. Edmond, sin embargo, actuó como si no hubiera nadie fuera del coche. Me desabrochó los dos botones superiores de la camisa, dejando al descubierto gran parte de mi clavícula.