Edmond se sorprendió por mis repentinas palabras. Por fin dejó de hacer lo que estaba haciendo y me miró descontento. "¿Por qué de repente tienes una rabieta? No es culpa mía que no haya ninguna pista. ¿Por qué estás tan enfadado conmigo?".
Respiré hondo y reprimí mi ira. Le miré directamente a los ojos. "Está bien, no me enfadaré. Pero dime, ¿me estás ocultando algo?".
"¿Qué puedo ocultarte? Muy bien, aquí no hay nada. Volvamos primero". Evitó mi mirada y cambió casualmente de tema. Extendió la mano para apartarme.
Me deshice de su mano con rabia. La sensación de haber sido engañada por la persona en la que más confiaba casi me hacía perder la cabeza. Mi padre era así, y ahora Edmond también.
Bajo mi ira había un miedo extremo. Retrocedí dos pasos. Apreté los puños con tanta fuerza que las uñas casi se me clavaban en la carne, pero no me solté. Intenté mantener la calma a pesar del dolor que sentía en las palmas de las manos.
