Punto de vista de Ayda
Cuando era niño, siempre me preguntaba por qué las manadas reales y sus tierras siempre llevaban nombres de piedras preciosas o metales preciosos. Mi madre, Luna Miray, solía lamentarse de mi interminable necesidad de cuestionar las cosas. ¿Por qué el cielo era azul? ¿Por qué a las mujeres las llamaban Lunas y no Alfas? ¿Por qué los guardias llevaban el pelo tan corto hasta el cuero cabelludo en comparación con el peinado del hombre promedio?
Si mi padre era propenso a llamarme su Luz Brillante, entonces mi madre prefería llamarme su Chatterbox.
La pregunta seguía sin respuesta. Quizás siempre seguiría siendo así, pero ahora tenía una nueva pregunta en mis labios. ¿Cómo diablos la manada de Opal Hill, una manada que nunca envió dignatarios a la corte ni de la que nunca se habló ampliamente en la sociedad licántropa, logró construir una metrópolis de este calibre?
