Quería saltar y rogarle a Kasim que curara a Willard, pero sus garras de lobo me sujetaron. Willard hizo un esfuerzo sobrehumano para levantar la cabeza y pronunció palabras con una voz extremadamente débil: —Mia, no lo hagas. Preferiría perder la vida antes que pedir ayuda a alguien tan despreciable.
Me preguntaba si seguía siendo el Willard que conocía. Siempre había sido amable y humilde. No lograba entender por qué estaba tan hostil hacia Kasim. Las almohadillas de las garras del lobo estaban tan frías que me llenaron de preocupación. Esta actitud suya no era una buena señal. Sujeté su cabeza con mis manos y continué acariciando su pelaje. —No, Willard, ¿puedes confiar en él? —Volteé a mirar a Kasim. —Kasim, ¿puedes ayudarlo?
Kasim frunció el ceño de repente y miró al lobo gigante que sostenía. Luego, hizo un mohín. —Pero, Mia, debes prometerme que te quedarás a mi lado a partir de ahora. Nadie te cuidará como yo.