Circe avanzó lentamente hacia el borde del bosque que conducía a la propiedad de Henry. Temía enfrentarse a todos ellos después de su fracaso, pero no tenía otra opción. Las lágrimas rodaban silenciosas por su rostro. No podía creer que hubiera fallado. No podía creer que la bruja la hubiera rechazado.
El sol se ocultaba en el horizonte, sumiendo el bosque en la oscuridad, pero a Circe no le importaba. Esperaba que la penumbra ocultara su vergüenza. Sabía que todos la verían con desprecio. Se imaginaba a Henry furioso, tal vez incluso expulsándola de la manada.
Circe se abrazó a sí misma en busca de consuelo. No podía culparlo del todo si tomaba medidas drásticas. Ella había arruinado todo. Circe se sentía abrumada por la autocompasión y la vergüenza, como si su pecho estuviera a punto de explotar.