Al tercer día, después de que Pedro hubiera dado la decocción a sus cien pacientes, miró a las personas que ahora podían levantarse y moverse, diciendo —Felicidades, a partir de ahora, ya no tienen tumores.
Al oír las palabras de Pedro, todos quedaron atónitos por un momento, seguido por un torrente de alegría en sus corazones.
—¡Mi bienhechor! —Una anciana de repente se arrodilló y estalló en lágrimas.
Mientras Pedro se apresuraba a ayudarla a levantarse, la anciana agarró su mano y dijo —Mi bienhechor, mi hijo me llevó a todos los lugares que oímos que podrían tratarme, pero ninguno funcionó. Nuestra familia ahora está sin un centavo, y mi pobre nieta todavía está siendo criada por otra familia. Ahora que estoy mejor, mi hijo puede volver a casa, y nuestra familia puede vivir junta de nuevo. ¡Tú has traído todo esto a nuestra familia! —dijo entre lágrimas.
—Gracias, gracias —mientras la anciana agradecía a Pedro, las voces de gratitud se esparcían por la multitud.