Me sentía un tanto incómoda, era la primera vez que me invitaban a bailar. Por lo general, me encuentro con las otras damas y me quedo charlando con aquellas que, al igual que yo, nadie invita a bailar. Las demás bailan con los caballeros y luego coquetean, hasta que consiguen una propuesta matrimonial. Siempre es así, pero en mi caso nunca ha servido. Recuerdo que mi hermana, Elory, tenía como cuatro propuestas de matrimonio y ella las rechazó todas, para poder casarse con Mike. Eso enfadó mucho a mamá.
—Espero no estar incomodándola, señorita Hatt —dijo de repente, su voz me sorprendió. Era bastante grave, pero juvenil; no parecía la voz de un hombre mayor.
—No, para nada milord —contesté yo.
En ese momento, él subió un poco más arriba el brazo con el que rodeaba mi cintura y yo quise poner un poco de distancia entre ambos; estaba más cerca de lo que la decencia permitía. La música de pronto cambió y todas las parejas se acercaron un poco, pero eso ya había sido demasiado para mi y me separé de él. Pensé que se iría en ese momento e invitaría a otra dama a bailar, pero me sorprendió lo que decidió hacer.
—¿Le gustaría dar una vuelta por el jardín?
—Claro, agradezco su amable invitación —mi respuesta pareció gustarle y me tendió el brazo, entrelacé el mío con el suyo y mientras pasábamos cerca de mi hermana, le hice una seña con la mano y ella lo entendió.
Caminamos uno al lado del otro durante unos minutos, nos aseguramos de mantenernos a la vista de las demás personas y mi hermana caminaba muy detrás de nosotros. Hay que tener demasiado cuidado, los hombres y las mujeres no podemos estar a solas sin un chaperón. Cualquier chisme, rumor o mentira puede arruinar nuestra reputación, en especial la mía.
—¿Cómo es su nombre, señorita Hatt? —giró su cabeza directamente a mi, yo hice lo mismo, tenía los ojos cafés.
—Mi nombre es Violeta —mi voz sonó más baja de lo que pretendía— ¿Y usted?
—Andrew, Andrew Pembrook.
Abrí los ojos de golpe y mi mente quedó en blanco. ¿Cómo era posible que este hombre estuviese hablando conmigo? Andrew Pembrook es hijo del duque Pembrook. Su padre es primo del rey. Él pareció darse cuenta de que reconocí su apellido. Su familia es muy influyente, además de ser aliada y pariente de la monarquía, es evidente que todos sabemos de su existencia.
—¿Es tan impactante? —preguntó él y yo negué rápidamente con la cabeza.
—No creí que alguien como usted pudiera hablarme, eso es todo —él me observó confundido y yo me reí para minimizar la situación.
—¿Alguien como yo?
—Un caballero distinguido y de buen linaje —contesté intentando mantenerme serena.
—¿Usted no es una dama distinguida? —él detuvo su paso y se giró hacia mi, y yo también me volteé a mirarlo.
—Lo soy, pero… ya debe de saber lo que dicen de nosotros, que no pertenecemos a la nobleza y solo fuimos afortunados de hacernos ricos.
—No debería dejarse llevar tanto por lo que dice la gente, el chisme y los rumores pueden ser muy dañinos para las personas. Debería enfocarse en hacer lo que usted desee e intentar llevar una vida que le haga feliz —sus palabras se escuchaban muy bien, parecía un hombre muy inteligente.
Retomamos la caminata mientras charlábamos de cosas que nos gustaban; era muy simpático y extrovertido. Me dijo que le gustaba la poesía, los bailes y la música. Era entretenido pasar tiempo con él, pero se estaba haciendo tarde y tuvimos que regresar. Mi hermana seguía detrás de nosotros, a una distancia prudente, pero ahí estaba. No me gustaba que estuviera sola detrás de nosotros y varias veces me volteé para vigilarla. Más allá de todo, es una niña que solo tiene ocho años.
—Fue muy divertido pasar tiempo con usted, un gusto conocerla señorita Hatt —dijo él, mientras tomaba mi mano y daba un delicado beso en el dorso.
—El gusto es mío milord.
Cuando terminé de despedirme y caminé hacia el carruaje, mi madre y mi hermana ya estaban montadas esperándome. Sofía estaba contenta, no dejaba de mirarme y sonreír. Mi madre, por el contrario, no parecía alegre. Me sentí muy incómoda durante todo el trayecto y no sabía qué podía haber sucedido para que estuviese ignorándome. En cuanto llegamos, me bajé del carruaje en silencio y caminé detrás de ella, casi sin moverme. Mi madre miró a mi hermana y se relajó antes de hablarle.
—Sofía, vete a tu cuarto, necesito hablar con tu hermana —ella se pasó la mano por el ojo y Sofía se fue corriendo, no sin antes darme una mirada comprensiva.
—¿Dónde estuviste toda la fiesta? —preguntó cuando mi hermana subió las escaleras, yo me puse nerviosa al instante, mi corazón comenzó a latir con gran velocidad. Mis palabras iban a trabarse, era inevitable, siempre me pasaba cuando discutíamos.
—Estuve en el jardín con Sofía —contesté lo más calmada que pude.
—¿Y ese caballero que besó tu mano?
—El joven Pembrook solo nos hizo un poco de compañía —sabía que mi madre se calmaría al oír ese apellido, por lo que aproveché la oportunidad, le gusta demasiado aparentar.
—¿Pembrook? Un gran partido para ti, lástima que jamás podrías gustarle con esa forma de ser tan infantil que tienes —sus palabras fueron como dagas en mi pecho, todas sus palabras son así. Ella nunca me dice nada lindo, siempre resalta lo peor de mi.
—Mi personalidad no tiene nada de malo —le dije yo y sus ojos centellaron de enojo. Ella odia que le conteste, pero yo no soy mi hermana. No soy estúpida y sumisa, no dejaré que mi madre me maltrate.
—Tu personalidad, tu apariencia, todo en ti es malo. No encontrarás un buen hombre si no cambias, cuanto antes lo aceptes mejor.
—No tengo ningún interés en parecerme a ti —mis palabras fueron muy fuertes para ella, me abofeteó con su pesada mano. La violencia es algo tan natural para ella, para todas nosotras.
—Vete de mi casa entonces, ya eres mayor de edad. Si no te gustan mis reglas, puedes irte cuando quieras. Nadie te cierra la puerta.
Odiaba cuando actuaba de esa forma, detestaba tener la madre que tenía. ¿Por qué las cosas eran así para mi? Envidiaba tanto a las otras damas, porque ellas sí eran apreciadas por sus familias. Mi madre era agresiva con nosotras y mi padre nunca estaba en casa, prefería estar todo el día trabajando que pasando tiempo con sus hijas. Mi hermana mayor nos había abandonado y a este paso yo haré lo mismo, luego Sofía. Al final del día todas nos quedaremos solas. Me acosté en mi cama sin dejar de llorar, estaba harta de llorar, quería vivir tranquila y en paz.
—Violeta —escuché una voz desde la puerta, giré la cabeza y vi a Sofía asomándose.
—¿Qué ocurre Sofí?
—¿Puedo dormir contigo? —preguntó con la carita triste.
—Por supuesto —le contesté y ella corrió a acurrucarse en mis brazos.
—No me gusta que mamá te trate así —dijo mientras acariciaba mi mejilla enrojecida.
—Tranquila hermanita, esto va a terminar pronto, lo prometo.
Ambas nos quedamos dormidas, abrazadas y en ese momento la felicidad me volvió al cuerpo. Sofía era la única razón por la que me levantaba cada mañana, ella era el motivo que me impulsaba a conseguir esposo. Quería casarme y alejarme de mi madre, pero sobre todo, quería ser el lugar seguro que va a necesitar mi hermana cuando llegué a la adolescencia. Cuando mi hermana desee irse y no tenga a donde ir, yo voy a estar ahí para recibirla.
Quiero ser para mi hermana, lo que yo no pude tener.