—He Xi, debes salvar a mi hermano.
Mo Ruyue estaba tan ansiosa que solo podía pisotear el suelo. Nadie podía empatizar con su angustia.
Solo cuando algo así le sucedía a la persona que le importaba podía entenderlo.
—No te preocupes, definitivamente salvaré a Mo Chengfeng.
Incluso si Mo Ruyue no dijera nada, él la habría salvado.
Después de todo, Mo Chengfeng era del Mundo del Demonio.
Ella también era una de las subordinadas más importantes de Ming Sihan.
Mo Chengfeng gradualmente perdía la conciencia, como si una enorme mano negra lo estuviera arrastrando hacia un abismo sin fondo.
Quería luchar, pero era inútil.
Aún había incontables manos en el abismo sin fondo.
Lo arrastraban poco a poco.
Había decenas de personas en el pueblo. En dos días, casi dos tercios de las personas habían perdido la vida.
Después de una noche agitada, He Xi finalmente estabilizó la vida de Mo Chengfeng.
