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—Mientras hablaba, la mujer se estiró y abofeteó al niño en la espalda.
El niño se sorprendió por la fuerza de la palma. Tras ello, un rastro rojo manó de la esquina de su boca.
La mujer parecía estar acostumbrada a esto desde hace mucho tiempo, pero también parecía no haber visto el aspecto del niño en absoluto. Continuó diciendo fríamente:
—¿Lo estás comiendo?
Se dio la vuelta y empujó a la niña:
—¡Tú también come!
Bajo la orden dominante de la mujer, los dos niños medio se arrodillaron al borde de la arena y miraron la arena amarilla con sus grandes ojos. Tras dudar un instante, estiraron lentamente sus pequeñas manos y de hecho cogieron un puñado de arena y lo colocaron en sus bocas.
¡Realmente la comieron!
Había unos vecinos sentados cerca de ellos en el callejón. Lo vieron con sus propios ojos. Los dos niños realmente se tragaron la arena.
La mujer observaba con ojos abiertos cómo los dos niños comían lentamente la arena.