Fuera de la habitación, el mayordomo de Alger se apresuraba a entrar en la habitación de Alger ya que había oído el sonido de algo rompiéndose, sin embargo, un sirviente entonces apareció frente a él.
—No puedes entrar allí —dijo el sirviente.
—Clif, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué me detienes? Además, como guardaespaldas del personal del Marqués Alger, ¿no deberías entrar y revisar qué sucedió también? ¿Por qué sigues aquí? —preguntó el mayordomo.
—No está pasando nada adentro; no quiero detenerte. Solo estoy cumpliendo el deseo del Marqués Alger. Él dice que no quiere ser molestado. Además, la voz que oíste fue la de él montando una rabieta, parece realmente enojado —explicó Clif.
—¿Enojado? ¿Por qué? —inquirió el mayordomo.
—¿Cómo iba a saberlo yo? —respondió Clif con una mirada inexpresiva.
—Cierto… —concedió el mayordomo.
—Mira, no me importas tú, pero yo todavía quiero vivir. Así que si quieres entrar, solo noqueame, si no, no te dejaré —afirmó Clif con firmeza.