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Dentro de una habitación, Alcimus y Ellinger se sentaron con semblantes solemnes. Había unos pocos sirvientes alrededor también, no obstante, todos esos sirvientes habían bajado sus cabezas y no se atrevían a decir ni una sola palabra.
—Es hora —dijo Ellinger.
—…
Alcimus no dijo nada y solo asintió.
Los dos no tuvieron que esperar mucho, las puertas de la habitación se abrieron y una hermosa mujer entró.
La mujer tenía el cabello castaño oscuro, cejas como espadas, nariz delgada y una cara hermosa, sin embargo, a pesar de que era una belleza rara, nadie dentro de la habitación se atrevía a mirar su rostro por más tiempo del apropiado. Diablos, los de voluntad débil ni siquiera se atreverían a mirarla por un segundo, tan aterradora era el aura que ella liberaba inconscientemente.
—Tu rostro sigue siendo tan aterrador como siempre, Astaria —comentó Alcimus.
Astaria miró a Alcimus y entrecerró los ojos.