El sol colgaba bajo en el cielo vespertino, pintando la Posada de un tono cálido. Había algunas nubes dispersas aquí y allá, pero en lugar de hacer que la Posada pareciera apagada y gris, la hacían lucir ligera y aireada.
Nieve fresca caería allí donde las nubes viajaran, aunque de alguna manera los caminos y senderos peatonales se mantenían milagrosamente limpios. Por supuesto, si alguien se desviaba del camino fijo, sus pasos se acompañarían del crujido satisfactorio de pisar en la nieve en polvo.
Como si quisiera coincidir con el ánimo impuesto por el ambiente, el zumbido energético habitual de la multitud de la Calle Principal había cambiado a murmullos apagados.
