Desde tiempos inmemoriales, ha habido una especial relación romántica entre un hombre y su modo de transporte. En la antigüedad de la tierra, todo tipo de animales se criaban con el único propósito de hacer un excelente vehículo. Los caballos o razas raras se buscaban con más fervor que el oro. Los elefantes se adornaban con más joyas que los mismos reyes y reinas. Los rinocerontes eran tratados como monturas especiales, dignas solo de los generales y soldados más fantásticos.
Luego vino una revolución de la industria, y los tiempos cambiaron. La modernización de repente era el camino del mundo, y así el mundo se adaptó.
Desde la primera bicicleta, al primer coche hasta el primer tren, el romance se hizo cada vez más salvaje. Globos aerostáticos, dirigibles y finalmente aviones fueron bienvenidos en el mundo.