El Raskal fue aplastado contra el suelo, formando un gran cráter con grietas en forma de telaraña que se extendían por el suelo del bosque. Estaba herido y un rastro de sangre fluía desde su labio, pero esa era la magnitud de su lesión.
No era ira lo que llenaba los ojos de los Raskal, sino disciplina. Era un soldado entrenado, pero más importante aún, no tenía mucho espacio para pensar. En esta situación de desventaja, lo único que pasaba por su cerebro era el entrenamiento que había recibido.
Desenvainó su arma, un bastón de sección con cuatro bastones encadenados en lugar de los tres usuales. Cada una de sus manos sujetaba firmemente una de las secciones. Soltando un grito de batalla, ¡atacó!
Subiendo rápidamente por el aire, el Raskal blandió furiosamente su bastón hacia el carrito de golf brillante y volador en un intento de aplastarlo como a una mosca.