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—¡No te creo! —dijo Ophelia, o mejor dicho, gritó. Tenía las mejillas rojo remolacha y los ojos acuosos. No quería creer que Nial ya había avanzado al rango de Santo Runicero.
Ophelia siempre había sido la mejor cuando se trataba de forjar y su artesanía como Rúnica. Sus grabados eran siempre los mejores. Solo Nial era un gran rival, aunque ella seguía siendo mejor. Su base era mejor y también su conocimiento. Lo único en lo que Nial siempre había sido mejor era en su creatividad y ganas de hacer experimentos.
Él no buscaba el trabajo tradicional de un Rúnico sino que prefería la pura eficiencia. A Nial tampoco le importaban mucho las armas que creaba. Tenían una tarea y mientras la cumplían, a Nial poco le importaba si los armamentos rúnicos se rompían después, o si podrían usarse de nuevo.
¡De hecho, era el tipo de persona que le gustaban los objetos de un solo uso! ¡Básicamente era el inventor de los armamentos rúnicos rotos!