Al pensar en su familia, Nial no pudo evitar suspirar profundamente mientras se acercaba a la joven estudiante y a los dos estudiantes que acababan de recuperar la conciencia.
Ellos lo observaban, notando sus ojos sin vida, blancos, que resaltaban en su rostro manchado de sangre, pero su sentido común les decía que no hicieran preguntas descorteses y que se quedaran callados en su lugar.
El dolor se extendía por sus cuerpos, y los dos jóvenes olvidaron su curiosidad mientras apretaban los dientes para contener las lágrimas.
En ese momento, su compañera de clase se levantó del suelo antes de hacer una reverencia profunda hacia Nial.
—¡Muchas gracias por ayudarnos, señor! ¡Usted es nuestro salvador! —exclamó ella con gratitud.
Cuando Nial escuchó esto, simplemente asintió con la cabeza mientras inspeccionaba sus alrededores con sus corrientes de maná.