A medida que el sol se hundía bajo el horizonte, proyectando un resplandor etéreo sobre la ciudad celestial, un alboroto estallaba en las calles.
Azazel, siempre el causante de problemas, se encontró siendo perseguido por una legión de diminutas y amenazadoras criaturas.
Estos diminutos guardianes parecían ojos malignos, sus malévolas miradas acentuadas por pequeñas alas que recordaban al gigante guardián de ojos al que se habían enfrentado antes.
Sin embargo, a diferencia de su imponente homólogo, estas criaturas eran numerosas y armadas con lanzas, listas para someter a cualquier intruso.
La frustración de Ren era evidente al ver que las travesuras de Azazel una vez más los metían en problemas. —¡Azazel, idiota! ¿Qué has hecho ahora? —exclamó, con voz teñida de exasperación.
Desira y Malifira, sin embargo, parecían divertirse con el espectáculo, maravilladas con la audacia de Azazel.