—Mi nombre es Lamir, por cierto —Lamir extendió su mano hacia Ren con una sonrisa radiante en su rostro, dientes tan blancos que podrían protagonizar un comercial de pasta de dientes.
Cuando la mano de Lamir se quedó colgando esperando que él la tomara, fue entonces cuando Ren se dio cuenta de que llevaba su capucha puesta.
Maldijo por dentro. A veces se olvida en el momento.
—Ten más cuidado la próxima vez —dijo Ren y se giró hacia donde había venido. No había dado ni su segundo paso cuando Lamir le llamó.
—Espera.
Lamir se acercó a Ren con una sonrisa abierta y ojos expectantes —¿Podemos unirnos a ti?
Ren ya tenía suficiente de explicar. ¿Acaso alguien había leído el contrato? Solo era una hoja y en palabras muy sencillas. Ni siquiera tomaría cinco minutos leerlo, pero, ¿por qué parecía que todos estaban desorientados al respecto?
—No. Como se indica en el contrato