La majestuosa mansión del Condado de Constantine se alzaba orgullosa y alta en medio de la aridez del paisaje circundante. El sol brillaba intensamente en lo alto, lanzando sus cálidos rayos sobre los extensos jardines y fuentes de la propiedad.
Dentro de la mansión, dos hombres estaban sentados el uno frente al otro, profundamente absortos en su conversación.
La frente de Arlo se frunció mientras miraba fijamente a los ojos del Conde Constantino y lo cuestionaba con insistencia, —David, ¿por qué no destinaste los fondos que te dio el imperio para asegurar las defensas del condado? ¿Y a dónde fueron a parar esos recursos?