Lucas se mantuvo erguido frente a los rayos carmesí de sangre que se precipitaban hacia él a una velocidad vertiginosa mientras blandía su espada varias veces en un abrir y cerrar de ojos.
Con cada golpe de su hoja, desviaba ágilmente los mortales proyectiles, sus ojos inyectados en sangre fijos firmemente en Zarathas.
Lucas sabía que no podía bajar la guardia ni por un segundo, especialmente ahora que toda su fuerza privada había sido aniquilada. La seguridad del condado de Constantino estaba en juego, lo que le impulsaba a mantenerse firme ante una responsabilidad abrumadora, una que habría hecho temblar de nerviosismo incluso al guerrero más experimentado.