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Arlo se encontraba en la cima más alta del Condado, su mirada barría la vasta extensión de terreno ante él. Desde este punto de ventaja, podía verlo todo, incluyendo a las ratas humanoides que pululaban abajo. Sus ojos agudos atravesaban la distancia, examinando a las criaturas con una mirada fría y calculadora.
Los hombres rata eran una extraña raza conocida por su agilidad y ferocidad. Eran pequeños de estatura, pero compensaban su tamaño con el número. Había cuentos sobre su crueldad, cómo atacaban a su presa como una jauría de perros salvajes, desgarrándolos con sus garras y dientes afilados como cuchillas. Pero esta vez habían cometido un error, un error enorme que les costaría la vida.
Habían provocado a un ser con el que no tenían capacidad de enfrentarse.
—¡Habían provocado al Dragón Sin Escamas!
Estaban arrodillados y haciendo ruidos de rata, suplicando su perdón.