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La pálida luz de la luna era deslumbrante y reflejaba la gélida expresión de Damien. El silencio de la noche era inquietante.
El mal acechaba bajo el blanco cielo que parecía fusionarse con la tierra cubierta de nieve en el horizonte. Innumerables puntos blancos salpicaban el mundo, sin caer ni elevarse. Eran señales que mostraban que no hacía mucho estaba nevando. La llegada de Damien congeló los incontables copos de nieve y bolas de nieve en el espacio y el tiempo.
Él era como el trozo de hielo más frío que el mundo hubiera conocido jamás. El frío que emanaba de él en forma de vientos y ráfagas helaba hasta los huesos y congelaba todo en su lugar.
Observó alrededor y vio que los más malvados guerreros del mal que alguna vez presagiaron la perdición y los más viles magos que renunciaron a su humanidad por el bien de la vida eterna estaban ahora como cerdos tranquilizados en una tabla de cortar, esperando ser sacrificados.
