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—¡Amelia! —Roy le llamó a su dulce y pequeña criada.
Ella estaba vistiendo una chaqueta hasta la cintura sobre un camisón que se adhería a su piel.
Era de seda.
No quería llevarla puesta ya que solo era una esclava y estaba en contra de las reglas del imperio que una esclava vistiera ropa de seda, pero Delilah la obligó a cambiársela, diciendo que no era gran cosa.
Aquí solo estaban amigos y familiares.
¿Quién la denunciaría a las autoridades?
Quien se atreviera probablemente experimentaría la ira de Roy.
Además, era probable que él no permitiera que nadie, ni siquiera los funcionarios del imperio, la lastimara o la tomara como cautiva.
Terminó vistiéndola. Quería ver hasta dónde llegaría por ella si lo peor sucediera.
La seda contra su piel se sentía bien. No podía negarlo.
Su torso estaba bien cubierto, pero no sus piernas.
No llevaba calcetines hasta la rodilla, y sus botas solo llegaban hasta los tobillos.