—¡Klaus! Ah, ¿qué haces aquí a estas horas?
Klaus abrió ambos ojos, adaptándose a la luz del sol que brillaba intensamente en la plaza. Lara Cavalcanti se acercó con una sonrisa cálida, su cabello en una coleta balanceándose con cada paso. Su uniforme de gimnasia resaltaba su forma atlética, y la energía vibrante que desprendía era inconfundible.
—Lara —respondió Klaus, devolviéndole la sonrisa—. ¿Madrugando para entrenar?
Ella se rió suavemente, sentándose a su lado en la banca.
—Sí, la práctica lleva a la perfección, ¿verdad? ¿Y tú? ¿Qué haces aquí tan temprano? —Klaus suspiró, relajando sus hombros mientras miraba al cielo azul.
—Necesitaba tiempo para despejar mi mente. No he podido dormir bien y hace días que necesitaba algo de buen sol.
Lara inclinó la cabeza, observándolo atentamente.
—Sí, lo entiendo. ¿Has estado jugando a ese juego del que todos dicen que eres tan bueno? No dejes que afecte tu vida real.
Klaus la miró, sintiendo una ola de gratitud por su apoyo.