La risa de Cephal resonaba por las calles desiertas, mezclándose con el distante rugido del lobo producido por la ruptura del reloj de arena, envolviéndole en un oscuro aura de poder.
La mirada de Azrakthar alternaba entre ira e incredulidad, y sus dedos se flexionaban involuntariamente para cerrar sus puños.
—Espíritu Salvaje... es una clase que está a la altura de su comportamiento —murmuró Azrakthar, sus ojos aún fijos en el área donde se había roto el reloj de arena—. Hay demonios menores en el Infierno más educados que tú —gruñó, intentando contenerse por el momento.
Cephal parecía indiferente al insulto de Azrakthar y avanzó unos pasos hacia la figura encapuchada. Sus ojos rojos brillaban con emoción, y esto era un contraste aterrador con la atmósfera que había estado emanando del campo de batalla anteriormente.