El sol brillaba en las calles de Nueva York durante una semana más. Klaus Park estaba sentado en una mesa de un café del centro, observando el frenesí de la vida urbana mientras sorbía su café. El sonido de las bocinas, las conversaciones apresuradas y el bullicio de las personas formaban una banda sonora característica de la metrópolis.
Klaus ajustó sus gafas de sol y echó un vistazo al reloj en su muñeca. Andrew debería llegar en cualquier momento. Fue una agradable sorpresa encontrarlo dispuesto a reunirse en medio de su semana libre. Se sentía agradecido por la amistad que habían construido a lo largo de los años.
Klaus revolvía su capuchino distraídamente, mirando a la gente que pasaba por la ventana, cuando una voz amistosa lo saludó pocos segundos después de entrar al café con una sonrisa.
—¡Klaus, cuánto tiempo sin verte! —exclamó Andrew, dando una palmada entusiasta en el hombro de Klaus mientras se sentaba en la silla frente a él.