Cuando Kaizen entró en la antigua taberna, notó que la música provenía de un pequeño escenario en la esquina de la sala, donde un grupo de músicos tocaba hermosas melodías en instrumentos que no reconocía. Algunos tenían cuerdas, otros solo agujeros de los cuales salían las melodías.
Todas las mesas estaban ocupadas por magos de diversas razas, formas y tamaños, algunos bebiendo cerveza, otros discutiendo sobre magia. Ninguno de ellos parecía preocuparse demasiado por el extraño encapuchado que había entrado al establecimiento, y por supuesto seguían con lo suyo.
Kaizen se acercó a la barra y saludó al dueño, un viejo mago con una larga barba blanca.
—Hola, ¿tienes una habitación para que pase la noche? Te pagaré bien —dijo.