Después de la batalla contra la mujer corrompida, el sonido de los árboles susurrando con el viento sonaba como una triste melodía.
Después de un momento de respetuoso silencio por parte de los jugadores, decidieron continuar su viaje hacia la Capital Real. Sus pasos eran pesados, cargados con el peso de lo que acababan de presenciar. Sin embargo, la determinación ardía en sus corazones.
A medida que se acercaban a la Capital Real, el olor a humo y cenizas empezaba a llenar el aire. La ciudad, una vez majestuosa y llena de vida, ahora yacía en ruinas. Las que alguna vez fueron imponentes murallas estaban destrozadas, los techos de las casas estaban consumidos y los gritos de los comerciantes eran ahora solo un antiguo recuerdo.
Eraskan apretó los puños con ira al mirar la ciudad destruida. —¡No puede quedarse así! —gruñó, su voz cargada con determinación.