Asmodeo estaba teniendo, sin duda, el peor día de su vida.
Había fallado en su misión, perdido a sus soldados y ahora estaba escondido en la copa de un árbol lamiendo sus heridas.
Su arco de redención había terminado antes de incluso empezar y ahora no estaba seguro de tener un lugar entre la élite demoníaca incluso si lograra salir de la mazmorra.
—Todo esto es por culpa de ese maldito nigromante sacerdote. Él es la razón por la que no estoy explorando la mazmorra con esos chicos pretendiendo ser su amigo y pasándola bien, si nunca me hubieran descubierto, habría desmantelado lentamente a la nación del trueno desde dentro —dijo Asmodeo entre dientes apretados.
Asmodeo odiaba al nigromante más que a nadie en el mundo, seguido de cerca por el enano Sebastián, quien le había robado una gran parte de los recuerdos y conocimientos de su vida anterior.
Mientras Asmodeo recordaba cuánto odiaba a Sebastián, escuchó una voz proveniente de debajo de él.
